sábado, 10 de agosto de 2013

NIños

En qué etapa se disfruta más de la niñez, ¿cuándo se es hijo o padre?
De niño uno está sumergido en un mundo desconocido al que ni siquiera se sabe que hay que conocer. El tiempo es diferente, los impulsos absolutos, las necesidades inmediatas. Juegas protegido por los padres que te enseñan a vivir. Eres feliz sin saberlo. El cariño que te dan, lo que te cuentan -los pilares sobre los que crecerás-, los recibes sin cuestionarte nada, indiferente al coste vital paterno.
Si vives la infancia, desde el punto de vista del padre, eres más consciente de todo, anticipas lo bien que se lo va a pasar el hijo con esto o aquello, te embelesas ante cualquier estímulo que creas que va a ser interesante para él, anticipando su reacción, tanto que no aciertas a llegar a casa para compartirlo, o lo guardas para la ocasión impaciente como un crío.
Ves por sus ojos lo que viste desde los tuyos propios, pero ahora sabiendo lo que veías, lo que mirabas.
La infancia no dura tan sólo los primeros años, no debería. Nunca habría de perderse la ilusión de recrearla, de compartir con los hijos lo que disfrutamos y sufrimos de niños; los cimientos de la curiosidad. Esa alegría, el enfoque desenfadado del que aún no es adulto, no debería morir jamás en los adultos que ahora somos.

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