jueves, 1 de octubre de 2009

Educando

-¡Pues no y no!
-¡¿Y por qué no?!
-¡Porque te lo digo yo, y basta!
-Pues yo quiero.

Esa última frase, ese último intento desesperado, le valió una sonora bofetada al niño que no paraba de incordiar en la tienda. Pero no le hizo mella, tras unos segundos de estupor, sacó las armas del pataleo, el lloro más desgarrador y empezó a revolcarse por el suelo como un poseso.

La madre, levantando la voz para que se la oyese por encima de los berridos del niño, intentaba a la vez, pedir al dependiente lo que había venido a buscar, lanzar improperios al hijo dado al descontrol y disculparse ante los cuatro clientes que, por capricho del destino, habíamos ido a la misma tienda en esos momentos y procurábamos que no se notase mucho que estábamos allí.

“Y es que se lo tengo dicho, cómo me montes el número en lo de Raúl, te casco hasta que me canse. Y mírenlo -y no había más remedio que hacerlo, nosotros que evitábamos hasta respirar-, ni caso. La culpa del padre, que se lo consiente todo… Sí, el periódico también, y esas libretas, sí, esas, las verdes… Es que mi hija, que no es como éste -y aprovechaba para arrearle; ¡tú calla, desgraciado!-, va a empezar el curso, y no vean la de cosas que piden”.

El niño seguía berreando pero a la quinta bofetada, lo hizo en silencio, lo que era aún más estremecedor; el rostro deformado, la boca abierta, los mocos y las babas duchándole, y todo eso en silencio. Horrible. Los de ahí, esperábamos que la madre comprase ya la lista del material de la hermana y nos librara de quien no era como ella.

El niño, hipando y rojo, esperaba, atento a la mano de la madre, a que acabase. Ella por fin, terminó de comprar y mirándole le preguntó qué era lo que había pedido antes, que ahora ya podía hablar. El crío señaló unas bolsas de chucherías y la madre, en un arrebato de ternura maternal, le pidió a Raúl que le pusiera una bolsita. “Anda, toma” y se la entregó junto con una colleja, “anda, que te tiene más malcriado tu padre”, y salieron de la tienda, dejando detrás de ellos un silencio espeso y una gran pregunta: para eso, ¿no hubiera sido mejor dárselo desde el principio?

Es difícil educar, pero ¿tanto?

3 comentarios:

  1. No sé si tanto, pero para poder educar primero lo ha de estar uno mismo.

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  2. La educación debe basarse en el respeto. Cuando el "adulto", por el simple hecho de tener más años, se cree mejor que el niño y con derechos sobre él, está fallando en la base.
    Menospreciar a los pequeños, conduce al fracaso.

    Educar puede ser muy gratificante, cuando además de enseñar, no olvidamos que también nosotros tenemos mucho que aprender de ellos.

    Un niño siempre es fuente de riquezas, de sorpresas.

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  3. Eva:

    Lamentablemente, la escena que has presenciado es cada día más frecuente. Y la culpa, obviamente, no es del niño.

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