lunes, 19 de octubre de 2009

Los sentidos

Hay días en los que todo parece más nítido y diáfano; los colores intensos duelen, los olores abruman, el ruido amplificado agota, como si los sentidos, habiéndose cansado de amortiguar el exterior, se hubiesen confabulado para abrirse, dejando entrar esa información de más que suelen detener para no bloquearnos.

Pueden durar sólo unos instantes, y el desencadenante no necesita ser gran cosa, vale cualquier estímulo, independientemente de su importancia. Una sencilla fragancia olvidada que nos viene a recordar la persona, o situación asociada a su olor, es tan capaz de abrir las compuertas de los sentidos como cualquier otro.

En esos momentos clave, a la consciencia no le da tiempo a asimilar tanta cantidad de matices, pero sí que los procesa, imprimándolos en nuestro yo más profundo. Es una amalgama de sensaciones, un mareo de pensamientos puros imposibles de separar unos de otros; ya lo hará el tiempo. Esos segundos clarividentes y abrumadores, se irán ralentizando hasta desaparecer, pero nos habrán dejado ideas, sentimientos, razones. La resaca de la marea siempre deja restos.

Al finalizar la experiencia excesiva de unos sentidos rebelados, al regresar a la grisura de lo normal, después de la tristeza que conlleva la pérdida de la eternidad, nos quedamos vapuleados, heridos, pero llenos, sin saberlo, de toda la fuerza que día a día, ya sin esa luz, iremos viviendo de su estela.

Menos mal que los sentidos, a veces, dejan de cumplir su papel de filtro y nos permiten atisbar ratitos de felicidad, de bienestar, de locura y de vida.

2 comentarios:

  1. Bello. Y cómo permanecen dormidos, intactos, a veces durante muchos años, y en el momento en que despiertan, sin llamarlos, ya olvidados, esa nostalgia que te invade, te hace añorar lo que parece que acabas de ser.

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  2. Pero sin esa clarividencia luminosa y breve, qué triste sería sentir que los sentidos no sienten.

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