Una de
las cosas que siempre me impresiona es la capacidad que tiene el
hombre de sobrevivir bajo las condiciones más inhumanas. Ya no digo aquellos que viven desde que nacieron en
ambientes invivibles, que tiene mérito, sino los que con,
mejor suerte de base, el destino les cambió las comodidades por infiernos, los que han tenido que sufrir cárcel injustamente, campos de
concentración, gulags, guerras, secuestros..., y tantas y tantas
aberraciones.
Pero el asunto está en cómo
personas acostumbradas a vivir bien, o al menos a vivir, han tenido que
amoldarse para seguir respirando, a circunstancias terribles, a las que
jamás se hubieran creído capaces de soportar. Y lo han hecho.
Una vez dentro del horror, lo terrible es que puede empeorar; lo que ahora aprecias como insufrible llegas a añorarlo.
Una vez dentro del horror, lo terrible es que puede empeorar; lo que ahora aprecias como insufrible llegas a añorarlo.
Es común entre los supervivientes comentar
que cuando se creían mal, no habían ni empezado a malvivir.
A todo nos hacemos; te pueden arrebatar la vida y seguir viviendo. Es un ajuste constante entre tu propia
mente y el exterior hostil; si se encuentra algo a lo que
aferrarse, por mínimo que sea, la lucha continuará.
Hay
testimonios espeluznantes a la vez que maravillosos sobre cómo ganar un
minuto más a esa vida muerta. No tirar la toalla, aunque sea para
arrastrarse por las horas interminables del día. No perder, en suma, la
propia identidad.
Y no sentirse culpable por desear estar vivo.
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