viernes, 30 de marzo de 2012

Relato. 2 Parte. El Carillón

Elisa se fue hacia la cocina no sin antes haberse asegurado que su invitado estuviese como en su casa. Félix, más que en su casa, se sentía como cuando niño y su abuela le llevaba de visita a las casas de sus amigas, todas ellas como ésta, repletas de tapetitos, figuritas de porcelana de dudoso gusto, abarrotando hasta lo inverosímil cualquier resquicio, impidiendo a toda costa una superficie desnuda. Ese tipo de casas suelen oler muy concentradas, siendo ese mismo aroma el que sus habitantes llevan consigo al salir de ellas. Se sorprendió al sentir casi físicamente el olor -si es que el sentido del olfato admite recuerdos-, de una de las casas visitadas por él y su abuela, un olor especialmente enojoso, ya que se le quedaba impregnado en su camisa llegando incluso, por la noche, a contagiar el ambiente de su habitación. También recordó como se sentía en ellas, casi siempre aburrido y fastidiado; ni los dulces ni los juguetes que le tenían preparados le compensaban el sentimiento de aislamiento que le provocaban las conversaciones, y de torpeza, que le provocaban las continuas amonestaciones:  “estate quieto, no te muevas tanto. Anda, sé buen niño. Cuidado con eso. Eso a ti no te interesa, cuando los mayores hablan, los niños se callan. A jugar callandito”... Félix se sonrió; todo hay que decirlo, para evitar el aburrimiento de esas tardes de verano, empezó a desarrollar un juego particular consistente en intentar averiguar de qué hablaban y de quién. Poco a poco fue un maestro en enterarse de todo lo que se contaban, iba atando cabos y relacionando nombres con caras. Aprendió a disimular  su interés, a tener paciencia y a preguntar lo que quería saber, sin que nadie se sorprendiese de lo preguntado.

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