lunes, 2 de julio de 2012

Relato 3 Parte; El secuestro

Sin embargo el terror no llegó hasta que les descubrieron y quitaron la pequeña radio que uno de ellos, un anciano, llevaba. El oírla, el saber desde fuera lo que les estaba pasando dentro, les creaba la irrealidad, la esperanza de no ser ellos los protagonistas de lo radiado a través de las ondas, de la distancia.  Al ser elegido el primer hombre se tuvo la intuición de  que quizás ya nadie pudiese contar nada a nadie.


Faltaban tres horas para que se cumpliese el plazo dado por los tres. El grupo de diecinueve estaba crispado, a la expectativa. Eran los privilegiados dentro del horror: el hombre de la chaqueta azul les indicaría si sus vidas corrían peligro real o no, más allá de sus temores.
El grupo más pequeño estaba aburrido, hablaban entre ellos a golpes, escuetamente con la policía, ininteligiblemente para ellos. El tiempo se les hacía eterno.
El más alto fue el que le hizo la primera pregunta al hombre de azul ¾cuando después quiso saber porqué, no supo contestarse; por mero pasatiempo, por curiosidad, evasión. Ya da igual¾. Esa pregunta se contestó largamente, casi con ansia.
Fue un alivio, una catarsis. El hombre se aferró a su respuesta y dejó de pensar. Contó que sí, que estaba casado, que esperaba su segundo hijo, una niña, parejita. El suceso interesó al que parecía el jefe. Su hermana iba a tener un bebé también.
 Se entabló un diálogo, le dieron un cigarro para fumar, fumaron los cuatro. Hablar de cosas triviales, cotidianas, que sonaban casi frívolas en ese contexto. Supieron de su casa, su trabajo, que le iban a ascender, de su miedo a volar, compartieron su vida.
La alarma del reloj del jefe marcó las siete menos cuarto. La policía no había cumplido con sus exigencias, les habían dado largas.    
Las siete menos diez.

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