Todos, los dos grupos, sintieron como el tiempo se espesaba hasta casi poder asirlo. No
sabían que pasaba afuera, no debía ir
bien. Eran las siete menos cinco y no habían sido liberados. Oían, no
sólo sus propios latidos, sino los de su compañero.
El grupo de diecinueve miraba al hombre de la chaqueta azul,
miraba a sus secuestradores. Intuían un cambio, algo indefinible había sucedido
entre los cuatro.
El hombre de la chaqueta azul, se llamaba Julio, su esposa Mara,
su hija llevaría el mismo nombre. Iban a comprar un coche más grande. No era un
enemigo. No era anónimo. No luchaban contra él.
Las siete.
La policía estaba rodeando el edificio desde las doce de la
mañana, intentando llegar a un acuerdo con los de dentro. No iban a ceder, ésa
siempre es la consigna.
A las siete, en punto, se oyó una detonación.
Un rehén abrió la puerta y dejó caer el cuerpo inerte de su
compañero.
La policía se acercó.
¾Van en serio. Han matado a un anciano. Que vengan los de
negociaciones terroristas. ¡Sólo nos queda una hora!.
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