“Ve a ver cómo está
la abuela, anda”. Y sin molestarse, para nada, en articular algo inteligible,
salió del comedor escaleras arriba para tumbarse en la cama, por supuesto, sin
cumplir el encargo. “¡Qué fastidio!” Y cogió el teléfono para amargarse con los
detalles de la cita a la que no podía asistir, cosa en la que le ayudaba con
sumo placer la amiga a quien llamaba; “Qué pena que no vengas hoy,
precisamente, que vienen todos”. Con esa
frase daba un interés a la reunión que, de ningún modo, tenía: sería una tarde
más, donde la gente se aburriría como siempre, pero la ausencia de la joven
daría brillo y al menos durante un rato, habría tema para comentar. Sara,
estuvo haciéndose mala sangre al teléfono hasta que el primer timbrazo indicó
que al menos alguien, había aceptado la invitación de mamá. Se sobresaltó,
colgó y abrió el armario para buscar qué traje ponerse; una cosa era ser una
víctima de las circunstancias y otra bien distinta no estar presentable.
Además, a lo mejor venía Alejandro. Incluso puede que fuese él quien había
llamado. Se metió en el cuarto de baño y empezó a arreglarse a toda prisa.
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