martes, 9 de marzo de 2010

Territorios

Marcar territorios, algo común a todo ser vivo.
Es curioso como nos buscamos nuestro espacio y lo acomodamos estemos donde estemos; una habitación de hotel, un cuarto prestado, en el hospital, en cualquier sitio en el que tengamos que estar un tiempo más o menos prolongando no podemos evitar hacerlo nuestro, marcarlo. Abrimos el cuarto, lo miramos largamente, y colocamos aquello propio o recolocamos lo ajeno hasta que esté como queremos, volvemos a mirar el espacio, suspiramos, y ya estamos bien, como en casa.
El carácter de cada uno lo acotará tal y como es. Pero todos lo señalamos. Hasta los lugares más inhóspitos -quizá ahí con más razón--, en cárceles, en campos de concentración, en zulos... da igual el sitio, uno llega, y adecua ese pequeño trocito de entorno con sus pertenencias, en un orden propio y único, adornado al gusto; se ha de ubicar, encontrarse pleno en ese territorio ahora suyo, aunque sea en pleno infierno. Un instinto primario, básico que nos ayuda a vencer el miedo, a ser dueños de ese espacio, a indicar a otros que ahí no tienen nada que hacer, que es nuestro. Ayuda y mucho. Vencemos a medida que nos situamos, que nos aseguramos ante lo desconocido.
No hay mendigo que no tenga las pertenencias en su propio orden, presos que no acoten su espacio, refugiados que no adornen sus precarias estancias. Cuando se pierde una casa por las causas que sean, se pierde ese reducto de seguridad, los recuerdos que nos afianzaban, los bienes acumulados que nos habían identificado como queríamos.
Perdemos nuestro territorio, perdemos pie.




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