viernes, 9 de abril de 2010

Anticipar

Si no anticipásemos dejaríamos de sufrir por lo que va a venir, y por supuesto, de alegrarnos. No hay un solo día, desde que tenemos memoria, que no vivamos por adelantado lo que nos ha de suceder: en el trabajo ya estamos pensando en la hora del café, o cuando lleguemos a casa, o en planes agradables, todo eso mientras trabajamos, acción que a su vez hemos anticipado al despertar y que nos ha contaminado el desayuno. No solemos hacer, al tiempo, lo que hacemos, no tenemos la disciplina zen del “haz lo que hagas”, siempre estamos adelantándonos al ahora.

De ahí también nace la angustia que nos viene al paso cuando se acercan fechas en las que tenemos que repetir acciones que no nos gustan; al saber que no son de nuestro agrado, los comenzamos a vivir mucho antes de que lleguen, logrando que se expandan en el tiempo y nos anulen más que la primera vez, que al no conocerla, nos sumergimos en la experiencia sin más. Cuando es placentera, por supuesto, el anticiparla nos alegra y ayuda a arrastrar la rutina que nos llevará a ese momento. Claro que si no cumple las expectativas, solemos desilusionarnos más que si no hubiéramos anticipado, exigido casi, que fuera como habíamos estado deseando.

Parece inevitable vivir antes de vivir, sólo los bebés, que aún no saben ni sus propios límites corporales, están fuera de ese círculo. Al crecer se les va observando una suerte de memoria, precaria aún, de los lugares y acontecimientos, empezando a definirse, llorando o riendo, al acercarse a ellos, hasta llegar a un día en el que son capaces de anticipar y entran en el círculo adulto de vivir dos vidas: la que estás viviendo y la que anticipas que vivirás. Y es en esa última, donde se sitúan los sueños, aquéllos que la primera ha de conseguir, así, anticipar nos hace humanos, dando sentido a esa humanidad.

1 comentario:

  1. Entre anticipar e improvisar va pasando nuestra vida...aún y asi, no nos sale tan mal ¿no crees? jeje

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