lunes, 29 de noviembre de 2010

Cárcel

Siempre he pensado que el tiempo es una cárcel y que los primeros barrotes se colocan cuando empiezas a aprender a medirlo.
De niños da igual hoy que ayer que mañana, y más aún el mes pasado o el año que viene; se vive al instante, con todo lo de hermoso y terrible que tiene, ya que se vive de manera absoluta, es lo que hay aquí y ahora; aún no hay recuerdos o si existen son difusos y vagos.
Con el lenguaje comienza a forjarse la jaula, pero todavía queda el concepto tiempo, la experiencia de anticipar, de recuperar, de soñar.
Pero llega y con ella, se cierra la puerta. Ya está, estamos dentro del paso inexorable del segundo a segundo, sin poder saltarnos ni uno, quizá, el sueño, la necesidad de que esas gotas de tiempo se aceleren, sea una liberación vital del goteo diario, un descanso de la rutina carcelaria temporal.
Pero dentro de esa prisión, la que nos separa de lo deseado con lo real, estamos libres para movernos, para romper rutinas si es necesario, o para crearlas, para vivir en el tiempo, acortando el espacio que media entre nuestros sueños y sus metas.

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