jueves, 17 de marzo de 2011

Relato. 3- LA CENA

No era Alejandro, sino la tía Marisa con su marido, Alberto. Era la pequeña, aunque a estas alturas, con los cincuenta bien cumplidos, quedaba ridículo que lo estuviese recordando continuamente, no tuvo hijos, “Por egoísta, y ahora mira, más sola que la una” decía siempre con un reproche y una maldición velada, que el marido nunca acabó de entender de su mujer, la anfitriona de la cena. Eran cuatro hermanos, dos chicas; Marisa y ella, Marta, y dos chicos; Alejandro, el mayor y Andrés el segundón, como despectivamente le llamaba también su mujer; “Ése nunca hará nada, ya verás” y de nuevo le sumía en la atmósfera amarga con la que rodeaba a la familia, “Son todos unos don nadies que se creen dioses. Siempre criticando y dándose aires, y diciendo qué se ha de hacer; ellos los perfectos, y mira, ¿quién es la que se ha quedado a mamá? ¿Quién es la que carga con todo? ¡Ellos no, claro!, ellos sólo saben criticar y escurrir el bulto. ¡Pues se acabó! Ya estoy harta”. “Vale, cariño, tranquila, no te sulfures. Haz lo que tengas que hacer”. y se marchaba con el periódico al jardín, esperando que se le pasara el enfado, sabiendo que hasta la siguiente factura aguantaría sin despotricar. Por eso le extrañó tanto que así, en frío, le dijera, camuflado en consulta, que iba a dar una cena para los hermanos. “¿Cómo lo ves, cielo?” Y él que sabía cómo tenía que verlo, le dijo que “adelante, cariño, seguro que es una buena idea”. Y sin más, viéndola contenta tras la inútil aprobación, se olvidó. Hasta hoy; el día de la cena.

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