lunes, 23 de mayo de 2011

Invictos

El instinto más fuerte, el de la conservación de la propia vida, es el motor de todos los demás. Desde el insecto más simple que lucha contra un cristal para huir, o el sistema unicelular más elemental que se resiste a morir, hasta nosotros, la raza que se supone, más evolucionada.
No sé si somos la más avanzada, pero sí sé, que aún sabiendo que las circunstancias nos son totalmente desfavorables, nos aferramos a la vida a pesar de que haya dejado de ser ni la sombra de esa Vida: Los presos en las condiciones más extremas, los enfermos terminales, los que sobreviven a las catástrofes, naufragios, desiertos, los que respiran bajo escombros, ruinas, destrucciones... hay miles de casos, estremecedores todos, de supervivencia límite.
Pero aún hay más, no solo queremos superar lo que se nos vino encima, sino que en la vida cotidiana, en nuestras esperanzas, en nuestra comprensión de lo que vemos y oímos, aún sabiendo que no se cumplirán, que estamos destinados a hacer lo que no queremos, que somos jirones de los sueños de nuestro propio destino, aceptamos la realidad y soñamos que podremos cambiarla, y luchamos contra ella, y nos agarramos a la vida, a una que a veces, pierde todo sentido.
Aunque nos sepamos carne de cañón, seguimos adelante, porque nunca, nunca, querremos creer que lo somos.
Queremos vivir invictos, sin que la vida nos viva nuestra propia manera de entenderla.

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