martes, 31 de mayo de 2011

Relato: Él

Se miraron, ojos contra ojos.
Él nunca había sido de hablar mucho, pero ahora no decía nada, se limitaba a estar ahí, callado, sin moverse. Sus ojos, expresivos por lo general, ahora apagados, fríos, inertes. No había asomo ninguno de emoción, no se le escapaba por la comisura de su boca, esa risa que siempre ocultaba cuando iba a decir algo que sabía divertido, pero que le era imposible esconder del todo y acababa haciéndole brillar el rostro. El tic, tan tierno y a la vez tan exasperante, de tocarse la oreja cuando le era difícil decir lo que tenía que decir, no lo hizo ni una sola vez en todo el rato en el que su compañera llevaba a su lado.
Siempre era ella quien más hablaba. Se pasaban las tardes así; él escuchándola contento de oírla, y compartiendo, en su silencio tímido, las palabras que nunca supo usar del todo bien. Los días se sucedían apacibles, sin más sobresaltos que los obstáculos diarios, los inconvenientes normales de unas vidas sin complicaciones, con unos problemas sencillos, aunque ellos, con frecuencia, los agrandasen para sentirse más fuertes y plenos por haberlos resuelto.
Les encantaba pasear al atardecer, tomar algo en esa terracita inmutable, donde lo único que cambiaba eran los dueños, que aprendían en solo tres visitas, que él pedía un anís y ella una mistela fresquita y se quedaban ahí, mirando los transeúntes, susurrando alguna que otra frase, felices, para al rato, con una gran sonrisa, pagar él mientras ella esperaba un paso por detrás, para irse, una vez hecho el trámite, tranquilamente paseando paseo abajo, cogida de su brazo.
En ese encuentro último, no se irían juntos. La mistela fresquita se calentaría en la copita de cristal sin que se la beban, sin tener ya jamás un anís, por compañero de mesa.
Ella se despidió de su compañero, levantándose y sin querer mirar atrás, y él, como tenía por costumbre, no dijo nada. No pudo ni seguirla con unos ojos que ya no eran suyos.

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