Todos
nos ajustamos, en menor o mayor grado, la realidad; nos la calzamos al
gusto, igual que la hermanastra de la Cenicienta, en su versión
original, una que muy poca gente conoce, desvirtuada por la más ñoña y
común. Las hermanastras, ante el zapato de cristal, al ver que no les
cabe, instigadas por la madre -madrastra para la dueña del zapato-, se
cortan una dos dedos, y la otra medio talón para que así les quepa. Por
supuesto, el lacayo ve la sangre, y no lo da por válido -la
transparencia es lo que tiene-.
Eso hacemos todos, nos cortamos lo que haga falta para que esa realidad nos entre, una que los demás claramente distiguen, porque no es la suya; no es su zapato, aunque a veces, entran varios en el mismo engaño.
Hay casos gravísimos de mutilación y ceguera, pero en general: quién no se engaña, quizá, para ilusionarnos con esa nueva persona, o trabajo o proyecto o día... hasta que se vea la sangre, va funcionando.
No es malo guiñar un ojo, ayuda a no verlo todo demasiado oscuro o luminoso, lo malo, lo que no debería suceder, es cerrarlo.
Eso hacemos todos, nos cortamos lo que haga falta para que esa realidad nos entre, una que los demás claramente distiguen, porque no es la suya; no es su zapato, aunque a veces, entran varios en el mismo engaño.
Hay casos gravísimos de mutilación y ceguera, pero en general: quién no se engaña, quizá, para ilusionarnos con esa nueva persona, o trabajo o proyecto o día... hasta que se vea la sangre, va funcionando.
No es malo guiñar un ojo, ayuda a no verlo todo demasiado oscuro o luminoso, lo malo, lo que no debería suceder, es cerrarlo.
A mi la realidad no me aprieta, al contrario, me viene grande, me pierdo en ella, y no sé si alguna vez perderé el norte y no sabré encontrar el camino de vuelta.
ResponderEliminarA mí la realidad me parecería espantosa sin poder contarla, reinventarla, ampliarla...
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