martes, 23 de marzo de 2010

La decisión


“Hijos míos os he reunido hoy porque he decidido que ya está bien, que tengo casi ochenta años, que vuestra madre me dejó hace ya veinte, que a tres de vosotros los he tenido que enterrar. No me queda nadie. Sí, no me contradigas, Engracia: nadie. Vosotros no sois lo mismo ni los nietos ni biznietos tampoco. No pongas esa cara Magda, que es verdad, no es que no os quiera, que os quiero, es que estoy solo. He vivido mucho. He visto demasiado y no quiero pasarme el resto que me queda comprobando cómo voy perdiendo facultades día a día. Ahora, para mí, veinticuatro horas es un año, de lo lento que se mueven. El café que me trae Macarena para desayunar, inaugurando que ya son las seis, me marca el hito entre la larga noche de insomnio donde me la paso reviviendo una y otra vez cualquier suceso del pasado, y el día que me espera tan mortalmente tedioso. Me demoro en tomarlo porque hasta el siguiente gran acontecimiento del día aún queda. No tengo prisa en vestirme ni en salir a buscar el periódico en el que buceo horas sentado en el banco del parque hasta que se acercan los demás jubilados, para no decirnos nada nuevo, pero ya sabéis; la ilusión de la compañía. Hacia el final de la mañana nos vienen a buscar por turnos; algunos la parienta, otros los hijos, los demás las mujeres que trabajan cuidándonos. No, no es un reproche, María Antonia. No lo es. Yo fui el primero que no quiso irse a vivir con ninguno de vosotros, yo quiero mi casa con sus recuerdos, mi intimidad, me niego a tener que vivir como un refugiado y ser testigo a la fuerza de vuestros problemas domésticos, o amargar el poco tiempo feliz del que dispongáis con mi presencia. Y no llores ahora, Magda, que hay que ver que blandita eres. Pues eso, me habéis desconcentrado. ¿Por dónde iba, Juan, hijo? Ah, sí, pues lo dicho. Que me planto. Que ya no quiero vivir más. Que cuando os marchéis de aquí me meteré en la cama y de ahí ya no me sacaréis hasta el entierro. Podéis hasta despedir a Macarena porque no pienso ni comer ni nada. Aunque ahora que lo pienso, mejor que no, al menos hasta que no consiga otro empleo. No me vengáis con discusiones ni con rezos ni traigáis al médico ni cuchicheéis, que os lo oigo todo. Ni estoy demente ni se me va a convencer de lo contrario. Así que, ale, todos a casa. Daos por despedidos y que sepáis que si no tomé esta decisión antes fue por lo mucho que os quiero. Pero ahora, lo siento, voy a pensar en mí”. Y se metió en la cama.

1 comentario:

  1. A veces esa decisión hay que tomarla antes...cada mañana tomamos la de salir de la cama, cada noche nos metemos en ella sin decidirlo por nosotros mismos...
    Ay¡ La Primavera

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