martes, 25 de mayo de 2010

Entender

Nos solemos alejar de quienes no son como nosotros. De niños, la primera vez que encontramos a una persona que no sigue los supuestos cánones de normalidad, le miramos con descaro y preguntamos, a veces en voz demasiado alta, por qué es así.
No es fácil tratar con gente distinta, no por raza, sino por sus peculiaridades, algo se nos remueve por dentro, un sentimiento extraño que algunos llaman pena, otros repulsión, los más extrañeza y los menos, indiferencia. Pero ninguno nos quedamos impasibles.
A mí me daba miedo un chico que era muy grande, no sabía hablar, babeaba y no podía mover sus manos, se descontrolaban. Lo ponían al sol, tapado con una manta, cerca de donde yo pasaba de la mano de mi abuela. No podía dejar de mirarle y acelerar el paso cuando estaba cerca. Mi abuela debió de notarlo, un día, ella se acercó al chico y ante mi horror, le empezó a hablar, la madre que estaba cerca, vino para ver qué pasaba, y las dos entablaron conversación. Mi abuela, le cogía la mano, le daba igual que estuviera babada. Yo los miraba y no sabía dónde meterme. Al fin, en lo que a mí se me antojaron años, ella se despidió y cogiéndome la mano de nuevo, fuimos a donde íbamos. No me comentó nada, sentía mi turbación, pero no dijo ni una palabra.
Me costó entenderlo.
Un día fui yo quien le habló.

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