lunes, 2 de agosto de 2010

Enigma

Iba con la llave buscando su patio, no era desconocido, pero sí lejano, hacía mucho que no lo pisaba y ahí estaba llave en mano.
Era de noche, empecé a buscarlo; recordaba en qué lado de la calle estaba y me fui paseando arriba y abajo mirando los números de las casas. A la primera ronda no lo vi y no me preocupé, la segunda vez que recorrí la calle ya me sentí tonta, a la tercera que leí todos los números de nuevo sin verlo, ya me empecé a asustar.
Crucé enfrente, comprobé que el número de patio era el que pensaba y no otro. Volví a buscarlo: no estaba. El portal no estaba. Era la calle pero el número se saltaba, no existía, del nueve se pasaba al trece, no había once.
A pesar de saber que no era ahí, introduje la llave en el patio trece, entró, pero no giró. Ahí estuve un rato largo.
Un sudor frío me recorría hacía ya rato. Quité la llave, otra vez calle arriba, calle abajo, pero el once seguía sin aparecer. Hasta que de repente una zona oscura de la calle se iluminó; el patio once.
Y puedo asegurar que no estaba cuando miré.

Esta anécdota se la conté a varios amigos y dos de ellos me dieron dos soluciones bien bonitas; una, que no estaba, que se creó cuando lo necesité, y el otro que lo iluminó un ángel.
La anécdota sigue abierta... ¿más soluciones?

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