domingo, 2 de enero de 2011

La puerta

Ahí está la puerta.
Andar el trayecto desde la estación, mirar sin querer hacerlo, reconocer a pesar del tiempo, todo lo que ve, le sume aún más en un estado negro al que no quiere prestar atención: dijo que iría y aquí está, si le asquea el camino que pisa, lo que le contempla desde la inmovilidad, los recuerdos agrios, rancios, enganchados a cada detalle del camino, se aguanta: dijo que iría y aquí está.
El trayecto en el autobús lo intentó pasar durmiendo, pero daba igual no mirar por la ventanilla, sus ojos, aun cerrados, veían el paisaje, la memoria aún cerrada, recordaba los detalles. No debía haber dicho que sí. Su presencia era tan solo un trámite casi absurdo, o si lo pensaba bien, peligroso, por lo que tenía de poder sobre él. Su voluntad, una vez más, se había doblegado bajo ese cúmulo de chantajes en apariencia inocentes, que siempre a punto de desbordarse en lágrimas lo ataba con una fuerza invisible, pero real.
El camino que jura una y otra vez no recorrer, las personas que tras la sonrisa gélida del recibimiento, las palabras hirientes que en bocas supuestamente amigas van subiendo de tono en ofensas y daño, el ambiente asfixiante que inmediatamente lo atrapa, le recuerda por qué no habría de haber vuelto, están ahí. Ante la puerta y detrás de ella.
Ahí está la puerta.
Ahí está él. Una vez más.
Se acerca al timbre, deja la maleta en el suelo. Escucha los pasos, los revoloteos que se acercan desde ese interior al que no quiere entrar.
Se abre la puerta.
Solo está la huella, en la nieve, de unos pies que decidieron dejarla atrás.

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