viernes, 28 de enero de 2011

Lo roto

Cuando se rompe algo, roto queda. Se puede arreglar, a veces, o reciclar, incluso restaurar, pero es un hecho innegable el que se rompió.
De niño, lo quebrado crea rechazo, un niño de dos o tres años puede dejar de comer una galleta por estar rota. No es capricho, es aversión a aquello que no está entero, en su sito, a lo mutilado. Están empezando a entenderse como un todo y cualquier fisura, les molesta, incluso, les produce temor.
De más mayores, a parte de que se disfruta rompiendo, no les gusta que sus juguetes se deterioren, también los apartan si dejan de ser perfectos.
Es al crecer cuando ves que lo roto, puede llegar a ser un don más en el objeto, no un estigma, sino una cualidad añadida que lo distingue del resto.
Pero para eso se ha de estar ya muy seguro de uno mismo, saber quién se es, que se quiere y haberse aceptado plenamente, con todas las virtudes y los defectos.
La actitud ante un objeto roto, nos refleja lo que somos, cómo sentimos nuestra propia manera de entendernos, a nosotros y a lo que nos rodea.

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