lunes, 10 de mayo de 2010

Relato; La madriguera

“Pero nunca, nunca, bajo ningún concepto te metas aquí solo, ¿lo has entendido?”. La hermana sabía que a partir de ahora, el pequeño incordio, como le llamaba en secreto, haría lo imposible para hacer lo contrario. Donde no tenía que quedarse a solas, era una madriguera cubierta de matorrales, que Elsa descubrió mientras buscaba espárragos para la cena. Nada más verla le vino a la cabeza la idea. “Seguro que se mete ahí. No podrá salir y seré yo quién lo salve y papá dejará de gritarme, llamándome inútil, y él ya no será el favorito porque verán que es tonto y desobediente”. Plan perfecto.
A la tarde siguiente David no estaba a la hora de la merienda. “¿Sabes dónde está tu hermano?” “No”. Elsa les miró con la mirada límpida del inocente, y así se sentía, hasta había olvidado conscientemente la trampa. “No, ni idea”. La madre y el padre, cuando se pasó la hora de la merienda y se acercaba la de la cena, preocupados en serio, salieron a buscarle por los alrededores. Llamaron a los pocos vecinos que tenía la granja. Nada. “¿No se te ocurre dónde puede estar?” Elsa los miraba ir y venir, a la vez que el cielo ennegrecía, y la desesperación de los padres aumentaba. “¿Algún sitio que él prefiriera?, puede que se haya caído y…”. La madre se echó a llorar sin acabar la frase, el padre, conteniéndose, le cogió la mano. “Hija, haz un esfuerzo, anda, preciosa”. Elsa, se sentía de nuevo el centro de todo. ¡Cuánto tiempo sin serlo! Ese pequeño monstruo había venido a trastocarlo todo. Se sentía bien, tanto, que decidió ayudar a sus padres a encontrar al hermano. “Puede que esté ahí”. “¿Dónde es ahí, cielo?”. Momentos de gloria para la niña, los dos pendientes de ella. “Pues, ahí, en esa madriguera. Pero yo le dije que no se metiera solo dentro, que no se puede salir sin ayuda”. “Es un inconsciente. Si está allí, después de habérselo dicho tú, se va a enterar”. Elsa saboreaba los azotes que le darían. Volvería a ser la preferida. No se lo pensó más. “Os llevo a ver si está en la madriguera”. Salieron ya de noche, con antorchas, a buscar el escondite prohibido. La niña, delante, señalaba el camino. Al cabo del rato, sus pasos se hicieron menos firmes. Se paraba, miraba alrededor. “¿Falta mucho, cariño?” “No. No creo”. Elsa se había perdido. No tenía ni idea de por dónde estaba. De noche era imposible orientarse. Un escalofrío le recorrió entera. “No os preocupéis. Ya estamos cerca”.

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