Es
verdad que las cosas vienen cuando menos te las esperas, tanto las
buenas como las malas. Y eso que la vida te tenga que pillar por
sorpresa siempre no acaba de gustar, ya que cuando estás anhelando
conseguir lo que no te da en ese momento, el desánimo y la frustración
rondan. Vale, está la esperanza, pero las nubes negras del abatimiento
son las que ves cuando miras por tu ventana.
Los amigos animan,
te recuerdan que llegará, y tú te quieres dejar convencer, sonríes y
tratas de recordar que, efectivamente, las cosas vienen Pero claro, lo
que quieres es que te las traigan ahora, ya, cuando estás esperando.
No suele ser así.
No suele ser así.
Cierto
que cuando finalmente se presenta por lo que se suspiró, se agradece y
renuevan esperanzas, y esa alegría, vieja por lo tardía, ya no
prevista, ayuda a tener paciencia con los deseos inmediatos.
En
honor a la verdad, siempre que algo bueno sucede, y aunque ni se
recuerde que se deseó, por lo mucho que se hizo de rogar, devuelve la
fe, las ganas de seguir, el entusiasmo que tanto cuesta mantener en su
sitio, día tras día, hora tras hora. La lucha contra la desesperanza,
las ganas de arrojarlo todo a un rincón.
Pero aún cuando la vida
no venga a sorprendernos, o tarde tanto que ni lo veamos, cierto es que
al tiempo, pocos son los que no van a esa esquina donde se tiraron las
fuerzas, y recogiéndolas, sigan adelante, con la ilusión ciega de que
una vez más, la vida venga a sorprendernos.
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