sábado, 18 de septiembre de 2010

Aterrador

Los extremos de la vida lo son tanto, que es casi imposible entenderlos sin haberlos vivido.
Experimentar hambre, dolor, abandono, injusticia, desolación, extenuación, es algo que ni remotamente sabemos qué es. Lo que llamamos así, no lo es, en absoluto.
Cierto que lo que siente cada uno, es único, y que si a alguien le duele un dedo, ese dolor le será más terrible que el que tenga un recién operado, por ejemplo. No es egoísmo, es así; un corte en el dedo propio, duele más que una cicatriz ajena.
Los testimonios directos de quienes vivieron o viven en condiciones inhumanas son atroces. Uno, en concreto, me pareció terrible por lo directo y sencillo.
La supervivencia se lleva a cabo por segundos, minutos a lo sumo. No miran más allá, no pueden. No lo resistirían. Miran lo de su alrededor sin verlo, sin sentir; es un lujo que no se permiten si quieren durar ese segundo más.
Pero el dato que me sobrecogió es el de la certeza, que tenía el resto, cuando uno dejaba de querer vivir: estaban seguros si lo veían fumar un cigarrillo. Sólo eso.
Y no fallaban, en menos de un día, el fumador moría; ¿quién sino uno sin esperanzas consumía él mismo en cenizas, la moneda de cambio más valiosa? Alguien que ya le daba todo igual y que, al menos, se daba el lujo de convertir en un humo sus últimos minutos.
Aterrador.

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