lunes, 13 de septiembre de 2010

Edad

Es triste, mucho, constatar el deterioro físico y mental de las personas que queremos. En realidad de todas. Ver cómo se pierden en sus propias confusiones, manías, debilidades, torpezas; ser testigos de que cada día son menos ellos mismos y más sus propios defectos, ese volver a la infancia, pero no por no saber vivir aún, sino porque, cansados de hacerlo, deciden involucionar. A veces, porque no tienen más remedio, la enfermedad, el deterioro, los años así lo exigen.
Dentro de esa tristeza, existe también un punto de ternura, de cariño puro al observar, por ejemplo, sus rituales, sus errores, sus cabezonerías, las obsesiones que vienen a ocupar argumentos que ahora ya no saben levantar.
Ahí van, ancianos murmurando para sí, andando pensando en ellos sabrán qué, revolviendo cielos y tierra para conseguir lo que a ojos del resto, es absurdo y para ellos vital.
Pueden hacernos perder la paciencia, los nervios, pero si les vemos con ese prisma tierno, es más fácil estar a su lado, ayudarlos en esa etapa, enriquecernos con sus frases ilógicas, con sus acciones sin sentido.
Quizá sepan más de lo que parece, puede que al dejar de darle sentido a lo que le dieron antes, estén más cerca de entender la sinrazón de nacer, vivir, envejecer y morir.
Ojalá.

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