viernes, 15 de octubre de 2010

Magos

Estos días he estado sumergida en palabras envolventes y entre magia verdadera.
A quién no le gusta la magia, quién no se ha pasado horas, de niño, practicando juegos de manos ante espejos, primero, familiares pacientes más tarde y amigos, ya para el final. Qué susto que se nos viera el truco, que espectacular cuando no lo veían y nuestras manos eran de verdad mágicas y las bocas abiertas de nuestros espectadores la recompensa. Horas para pulir trucos elementales, persiguiendo a madres pacientes para que se sentaran entre tarea y tarea y nos aplaudieran el nuevo abracadabra. Momentos de triufo cuando no sabían cómo lo hacíamos y pedían más. Que entrañables esa varita mágica, la chistera, las cajitas que hacen desaparecer los objetos que les pones, aros, pañuelos, monedas, cualquier objeto susceptible a ser el protagonista de esa fantasía.
La magia es un reto para quien la realiza y para quien la recibe, y cuando el duelo entre mago y público tiene tensión, el niño que quiso ser mago, sale de la chistera y aplaude a ese conejo blanco que volvió a aparecer.
Magia, qué se haría sin ella.

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