viernes, 29 de octubre de 2010

Relato para leer en la noche de las ánimas; El libro

Cogió ese libro de la estantería, estaba muy deteriorado, hojearlo, con sus páginas adelgazadas por los siglos, frágiles y rotas por bichos, era un reto, una operación delicada. Fueron sus dedos quienes lo eligieron, los ojos se habían fijado en otro, más luminoso, pero sus manos se adelantaron y las obedeció. Se lo llevó consigo al cuarto de invitados. No era una habitación especialmente acogedora, más bien al contrario. El polvo lo inundaba todo, era un milagro que los muebles se mantuvieran en pie; la carcoma los martirizaba dejando montoncitos de serrín bajo cada agujero; agonizaban con cada viruta derramada. Las cortinas pesadas. La alfombra descolorida.
Se metió en una cama que crujía, cuando quiso leer, la lamparita no se encendió; trató de coger el sueño, sabiendo que le costaría. Al rato, intentó engañarse respirando como si estuviese dormida. La habitación le desagradaba, estaba inquieta sin razón. Notó cómo un sudor frío la iba invadiendo, el corazón latía con demasiada fuerza, no controlaba su mente ni lo que pensaba, pero supo que estaba dentro de un ataúd: el olor a tierra removida, la humedad caliente del encierro, los miembros doloridos por la posición forzada lo confirmaban: la habían enterrado en vida. Quiso gritar. No pudo. Moverse; inútil. Un ruido ensordecedor, rítmico y desagradable la angustiaba todavía más: sus latidos, aunque no los identificó. A lo lejos, sentía maullar gatos vagabundos paseándose por el camposanto, o quizá, no eran gatos ni maullidos, sino almas en pena gimiendo. Puede que ella misma fuese una. El pavor la inundaba, inmovilizándola, pensaba si sería una muerta en vida o una viva aún no muerta: olía, sentía, escuchaba, pero no reaccionaba. Quizá eso era la muerte: ser sin ser. Su corazón golpeaba tan fuerte que le dolía. Era incapaz de cualquier movimiento. Los ojos se posaron en el libro, único testigo de su pesadilla, del Terror. Ahí estaba, sobre la mesilla; vivo, contento, animado.
Era una primera edición del Gato Negro, firmada por su autor.

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