miércoles, 6 de abril de 2011

Mezquindad

A veces, leyendo, documentándome, me topo con trozos de realidades atroces. Esta es una.
Cuando los judíos fueron expropiados y deportados a los campos de concentración, sus propiedades se repartían, incluso antes de estar ellos en los vagones, y muchos de los que se instalaron en sus casas no las devolvieron si, los pocos supervivientes que llamaron a ellas, regresaron.
En esta ocasión, él sí volvió, pero no reclamó lo que sabía imposible recuperar, solo pidió entrar en la casa, verla de nuevo; pisar lo que desde su barracón le dio fuerzas para sobrevivir ese minuto más diario.
El nuevo dueño, muy a la defensiva, le dejó pasar. "Oh, mira, aún está la vieja mecedora, donde mamá se sentaba al atardecer"; "No, te engañas, esta la compré yo en el rastro", el judío, se acercó a ella, y la levantó, en su pata izquierda estaba grabado su nombre y el de su hermano; "No, está es mi mecedora", "Bueno, ¿para qué has venido, qué quieres?", "Nada, solo verla, ya te lo dije". El nuevo dueño, le miró con suspicacia y de repente abrió mucho sus ojos; "Ah, ya lo sé, ya sé para que has venido. Tú escondiste aquí dinero, y vienes a por él, ¿a qué si? No soy tonto", el judio, asqueado, se despidió y se fue de la que ya no era ni el recuerdo de su casa. Pero el otro, aún le gritó mientras se alejaba; "nos lo repartimos a medias, dime dónde está y nos lo repartimos a medias", el judío se fue llorando.
Al año, tuvo que regresar por la ciudad, y no pudo evitar visitar la casa, el barrio de nuevo. Cuando se acercó, vio que lo que fuera su hogar estaba completamente en ruinas, sin ventanas ni pintura, roto y triste, entre los demás. Intrigado, llamó a un vecino para preguntar qué había sucedido; "Oh, pues mire, hace un año, el dueño empezó a romper suelos y tabiques y paredes y muebles, decía que buscaba un tesoro y que ya lo arreglaría cuando lo encontrarse. Pero no lo encontró. No pudo pagar los gastos de tanto estropicio, así que tuvo que marcharse y dejar la finca así. Es una pena de casa, unas ruinas que nadie quiere".
El judío nunca más regresó. Ya había aprendido bastante sobre la mezquindad del ser humano, dentro y fuera del los campos.

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