martes, 19 de abril de 2011

Objetos

-¿Qué hay ahí?
-Nada
-En serio, ¿qué es?
-Ya te lo he dicho, nada.
Los dos críos, cada vez más nerviosos, se iban recrudeciendo en sus posturas; uno para que no viera el otro lo encontrando, y su amigo, intentándolo por todos los medios. Las palabras iban subiendo de tono casi hasta el grito, los gestos empezaban a ser amenazadores, los demás niños dejaron sus juegos, atentos, como estatuas realistas provistas de palitas de arena o subidas a columpios sin inercia. Casi se pegaron, lo evitó la madre de uno de ellos que aunque tardó, salió al ruedo y cogiendo de la mano al vástago, y obligándole a soltar lo que llevaba bien apretado, lo sacó de ahí. El otro se abalanzó al objeto caído y una vez en su poder, lo tiró con gesto de decepción. Regresó al juego solitario de cavar en la arena.
El niño que había encontrado el tesoro se fue llorando a lágrima viva.
Cuántas veces nos pasará de adultos eso mismo; desear algo, algo que solo nos gusta a nosotros pero que despierta la envidia de los demás, que no pararán hasta que lo compartamos, para ver en sus ojos, la mayoría de las veces, burla o simple desdén. Luego es muy difícil regresar al encanto inicial; se ha contaminado.
Pero vamos aprendiendo, o a no mostrarlo o a que nos dé igual la opinión del resto.

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