lunes, 18 de abril de 2011

Roturas

No se puede dar marcha atrás.
Cuantas veces, observas el resultado de las consecuencias, que ahora quisieras cambiar, y es irreversible.
Pongamos un ejemplo fácil: te has movido bruscamente y se ha roto un objeto delicado, ahí está, en el suelo, hecho añicos.
Si te gusta mucho, intentas reconstruirlo -si no han sido muy graves los daños-, y puede que con algo de cuidado, se logre un doble con cicatrices de lo que fue.
Si por el contrario, es imposible, no hay más remedio que recoger los pedazos y tirarlos, no sea que, encima, alguien resulte herido; en el mejor de los casos, puedes guardarte un trocito que evoque su recuerdo: el que mejor esté.
Con las relaciones humanas sucede igual: un movimiento brusco, y todo puede romperse. O con las situaciones en las que nos movemos: un descuido y todo un trabajo puede desmoronarse...
Lo que nos deja luego un regusto amargo es vernos una y otra vez, no haciendo ese gesto; queremos evitar en el tiempo ese antecedente, pero no es posible y solemos añadir al disgusto la sensación de culpa y la rabia de no poderlo evitar.
De todos modos, con la experiencia, voy sospechando que ese movimiento es lo de menos, que cuando algo está rondando el final, no importa el detonante; porque si no ha sido ese, será otro.

2 comentarios:

  1. Siempre se puede reciclar y crear de lo roto una nueva esencia, distinta, pero evocadora, y quizás mejor :)

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  2. Sí, claro, siempre está esa opción, pero ya entraría en la de superar lo roto, que no es poco, pero la sensación de que se ha de quebrar una situación, hagas lo que hagas, es porque ya ha llegado a su límite.
    Luego,sí, luego reconstruyamos y renovemos desde las cenizas y ¡menos mal!, mil besos

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