miércoles, 9 de septiembre de 2009

Hechizos

A veces, sin saberlo, vivimos bajo el influjo de un hechizo, no somos conscientes de que estamos encantados porque consiste, precisamente, en eso, en que actuemos y pensemos bajo una normalidad nada sospechosa, vamos tirando, riéndonos, trabajando, felices y despreocupados: todo va bien. Pero no es verdad, el hechizo nos engaña dándonos patrones falsos, expectativas irreales y apreciaciones imperfectas, eso sí, impecables, somos incapaces de sabernos hechizados. Hasta que, de repente, y sin previo aviso, despertamos.

Así es, el encantamiento no es tan perfecto, si miramos por casualidad en otra dirección, o alguien nos desvía del maleficio sin querer, es suficiente para que se nos derrumbe por completo ante los ojos; ruinas y escombros de esa vida perfecta que pensábamos nuestra.

Una vez roto el encantamiento, y después de un tiempo prudencial en el que el polvo se disipa, el ruido atronador que nos dejó sordos se silencia, y el desconcierto de constatar que nada es real se asimila, atinamos a mirar a nuestro alrededor y comprobar que nada de lo que dábamos por cierto, lo es; no hay suelo bajo los pies. El hechizo, roto, no tenía previsto concedernos otra realidad sin su apoyo. Qué amargo sabor el del ruido, el del polvo, el de la nada.

No nos hemos de quedar demasiado rato contemplando las ruinas de lo que no fue, hay que apresurarse, encaminar el ánimo hacia otro lado, buscar cómo reconstruir lo que no se ha roto, ya que no era real; un simple hechizo que nos despistó el camino. Cuando entendamos eso, el maleficio se habrá deshecho del todo y veremos que no hay ruinas, ni ruido. Hay lo que él ocultaba.

Y cada uno sabrá ver lo que ha de ver.

3 comentarios:

  1. ¡Buena reflexión¡ Mi tera a menudo me recuerda que como el buen artesano tengo que hacer, tengo que vivir con los materiales con los que cuento, y no con los que querría tener.

    Poner los pies en la tierra, constatar que es lo obvio y dejar de lado lo imaginario.

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  2. El problema, Eva, es que nos dejamos encantar con excesiva facilidad. En el fondo nos gusta vivir dentro de un castillo, aunque éste sea de naipes, nos encanta mantener la venda bien sujeta a nuestros ojos, "no hay mejor sordo que el que no quiere oir". Roto el hechizo, desbaratado el engaño, queda seguir para adelante: enfrentarnos a la exigua realidad que habíamos querido suplantar. Pero esta vez sin pócimas, por favor.

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  3. Yo el hechizo lo veo al revés. El hechizo nos hace vivir de una forma que NO es la que queremos. Sólo cuando somos capaces de romperlo es cuando realmente somos nosotros. Pero el hechizo es muy poderoso. Hay que ser más fuerte que él y no dejarnos engañar.

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