jueves, 17 de septiembre de 2009

Trapo

Entre el barro que dejó la lluvia de estos días, había un muñeco de peluche deslucido, triste, abandonado a su suerte. Era un león, marrón debido al barro, puede que color arena si se lavara, los ojos dos bolitas negras, la melena y el rabo apelmazados y el aspecto, en general, para ni acercársele.
Me lo quedé mirando, tentada de cogerlo, cualquier niño se alegraría de tenerlo una vez limpio y presentable. Era un leoncito adorable, tenía algo tierno en su expresión de trapo, algo digo en su cuerpo de serrín.
El niño que lo perdió estará triste. “Mami, ¿dónde está Trapo?”; “No sé, hijo, ahora lo busco”, y cuando el hijo le repita la pregunta, tendrá que dejar de hacer lo que esté haciendo para buscar el león por el carrito, metiendo la mano entre los pliegues, abriendo y cerrando la bolsa varias veces, asomándose a la redecilla, haciendo lo imposible para encontrarlo a la vez que, ansiosa, siente que el peluche no está en casa. Cómo decírselo al niño, que no para de preguntar por él. Intenta distraerlo con otros muñecos, cosa que consigue a medias, porque el pequeño juega distraído hasta que en su historia recuerda el león, entonces, ya no se deja engañar y pide con urgencia el muñeco. La madre al final, le ha de decir que no está, que mañana lo encontraremos, que se habrá quedado en el parque para jugar un rato, pero le asegura una y otra vez que mañana lo traeremos a casa.
El niño se baña, disgustado; quiere lo que ahora no tiene. No hay nada que pueda consolarlo, ningún muñeco puede reemplazarlo esa noche. “Quiero a Trapo”, y cuando estaba a punto de dormirse, escuchó la lluvia y pensó que en el parque, si está solo y nadie le acompaña, se mojará y tendrá miedo y retoma el llanto hasta quedar dormido. Sueña que el león está a salvo, que alguien amigo le dio refugio y cena, sopa, que tanto le gusta.
Así que, cómo no cogerlo, librarlo del charco, limpiarlo y llevarlo conmigo, observando si algún niño va buscando algo en estos días por el parque.

2 comentarios:

  1. Cada noche, se cumple el mismo ritual a la hora de dormir a mi pequeño:

    -Mamá calientame la espalda

    y yo pego mis labios en su espalda y expiro una gran bocanada de aire caliente. El cuerpo entero del niño entra en calor de manera instantánea.

    Pero esta noche, no solo he debido soplar en su espalda, sino en la de Trudy, su osito de peluche. Ese peluche que viajó hasta Ucrania porque no quería seguir sólo, porque necesitaba a un niño que pidiera a su madre que también lo calentara.

    Se han quedado ambos plácidamente dormidos.Y yo, muy serena al verlos abrazados.

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