jueves, 10 de febrero de 2011

4 Parte. DIECIOCHO SEGUNDOS

-¡A…punten!


Noto el cuerpo entumecido, no sé si podré aguantar. Las piernas me tiemblan. Espero que ninguno de nosotros se venga abajo, no lo soportaría. Si alguien llorase o gritase, sería terrible, no podría responder de mí. Debería estar pensando en otra cosa, en intentar poner mis asuntos en orden, quizás en recordar a los que dejo atrás. No puedo, mi mente está colapsada, sólo siento el dolor de las manos, el aflojamiento de mis músculos, me molesta la venda; hace que me pique la nariz y no puedo rascármela, eso me irrita y toda la atención se me escapa en esa dirección. Cómo es posible que sea ese picor, este frío, el dolor lo único que tenga en mente, lo que me vaya a llevar conmigo al infinito; dónde está el rostro, la voz, los recuerdos de mi madre, de Ana, de mis amigos, por qué soy incapaz de pensar en algo que no sea esta desazón a la que no puedo calmar: la inmediatez del fin no puede ser tan trivial, tan necio, tan vulgar; dónde están los pensamientos elevados, la compresión última de la existencia, el miedo ancestral ante lo desconocido. No es serio que mis temores sean no caer, no llorar, aliviarme este picor insoportable. Lo intento pero no recuerdo los rasgos de ninguno de los que quise, no alcanzo a estructurar ideas nobles: mis piernas no me van a soportar, voy a caer. Por favor, que nadie diga nada, que sigan enteros. Ellos a lo mejor sí piensan, sí recuerdan. Estuvimos juntos poco tiempo, sólo la noche, nos trajeron por separado, yo fui el primero, apenas nos dijimos nada, cada uno tenía mucho que decirse en silencio. Nos dejaron fumar. No faltó tabaco. Nadie durmió, quizás unas cabezadillas. Yo desde luego, no pude pegar ojo, me tumbé en ese camastro tan incómodo del que no me hubiera levantado nunca. Vinieron a por nosotros cuando aún estaba oscuro afuera, al alba sólo se la intuía. En la confusión de la salida es cuando más hablamos, era como si con el sonido de nuestras voces exortizáramos el miedo, alejando dudas, esquivando respuestas. Me compadecí del chico, tan joven, los otros también, era evidente. Me costó entender que compartíamos destino, al menos pensar en él me distrajo un rato.
Cómo me pica la nariz, no puede ser eso lo que me lleve conmigo. He de hacer un esfuerzo y pensar, pensar. Pensar.

1 comentario: