miércoles, 16 de febrero de 2011

Memorias vivas

El hombre, en cualquiera de sus civilizaciones, sobre todo, las antigüas, ha dejado constancia de su paso; bellísimos monumentos, enormes construcciones, espectaculares estatuas consagradas, muchas veces, no a la vida, sino a la muerte, a la perpetuación de la memoria: qué son si no las pirámides, los monolitos, los dólmenes, entre ellos quizá stonehenge, los guerreros de Xian que custodian la tumba del primer unificador de China, Qin Shihuang.
Y cientos de ejemplos, algunos desconocidos, pero que emergen desde las arenas del tiempo, en medio de desiertos, de ruinas de lo que fueron.
Junto a la muerte, también se han erigido hermosas ofrendas de piedra a los dioses, para que desde esta vida, nos protejan con sus bendiciones, y desde los tótems, sencillos en su magnificencia, hasta las catedrales que quieren tocar los cielos, existen todo tipo de monumentos que pretenden, en su humanidad, rozar la divinidad.
Obras anónimas, no por el rey o faraón o marajá que los mandó levantar, sino por los cientos de personas, posiblemente esclavos, que se dejaron ahí el alma. Quizá por eso son tan bellos, solemnes y merecen nuestra admiración y recuerdo.

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