viernes, 11 de febrero de 2011

5 Parte, DIECIOCHO SEGUNDOS

No quiero. No puedo hacerlo, cómo es posible exigirle a nadie lo que me piden a mí, a los demás. Qué ha sucedido para que esté yo ahora en esta situación. Juan me dijo que las dudas sólo aparecen la primera vez: “Tú tranquilo, respira hondo, y adelante, pero ante todo, no los mires”, me dijo que apuntase al frente sin mas, que nadie puede saber, yo no puedo saber, quién lo hizo tras todo ese humo y ruido y gritos, ensordecido por los propios latidos retumbando en las sienes, atento a los pensamientos de uno mismo: Nadie lo puede saber; “y si tienes la certeza, guárdatela para ti, pero ante todo no mires, ni antes ni después.”
No puedo dominarme, estoy temblando.
Si no hubiese dudado en ese último momento cuando les oí llamarme como cada noche para que saliese furtivamente a reunirme con ellos, a recorrer las calles prohibidas para beber hasta perder la conciencia, a amanecer en camas extrañas de las que te despertaban sin miramientos ni ternura, de las que salías destemplado, vacío y a las que te jurabas no volver con esa falsa determinación de voluntad del cuerpo satisfecho.
Si les hubiese acompañado.
Las noches fueron cambiando de cariz, el alcohol ya no dirigía los cuerpos, sino las palabras: se volvieron peligrosas, secretas: conspiraban. No me gustaba pero yo las pronunciaba como los demás: acepté el destino de los que ahora tengo delante, el que traicioné haciéndome el sordo la noche en la que preferí estar dónde estoy ahora: Su realidad, la mía, unidas pero opuestas. No seré yo quién las rompa, quién las vacíe: Mis manos tiemblan, no acertaré. No quiero. No voy a hacerlo.
Cómo se puede presionar a nadie a estar aquí, en cualquiera de los dos lados. Qué poder es ese.
“Sólo pasa la primera vez, recuerda: Ante todo no mires, y si eres capaz; no pienses.”

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