miércoles, 23 de febrero de 2011

Niños

El mundo de la infancia es apasionante, es la base de lo que somos, es contra lo que lucharemos en la edad adulta, es la parte más sólida, y a la vez, más frágil de nuestro yo más profundo. Y a pesar de eso, mucha gente no la sabe ni reconocer en los niños que le rodean ni en el niño que aún es, por mucho que no lo vea.
Es un mundo aterrador el del niño, donde nada acaba de comprenderse, donde todo está lejano, inalcanzable, donde los juegos se toman en serio y la rutina no llega a cuajar, porque el sentido del tiempo es diferente; es eterno, inmutable y seguro.
La vida de una personita es demasiado oscura, necesita de los adultos para que se la iluminen y depende de ellos para que lo hagan bien, que le muestren todos los rincones, no dejen en tinieblas zonas que luego le atrapen, tienen el derecho de que se les desvele quiénes son, qué son capaces de hacer, dónde han venido a parar. Y sobre todo, que se les trate como lo que son; niños inteligentes que se han de ir conociendo sobre la marcha, sobre lo cotidiano, sobre los obstáculos que les vayan saliendo al paso; se les ha de mostrar que pueden superarlos, que sus pies marcan su senda, pero nunca andar por ellos.

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