lunes, 7 de febrero de 2011

Relato por entregas; 1 parte, DIECIOCHO SEGUNDOS

-¡Pre…parados!


Todo se ha precipitado derrumbándose. Yo no debería estar aquí, ni Miguel ni este otro que huele tanto a sudor, ni el del pelo rojo que apenas si es un crío. Nadie. Cómo ha podido sucedernos esto. Qué hago que no estoy en casa, con Laura, con el niño que no nos deja dormir, al que exijo un silencio imposible; hay que ser necio y estar ciego para gritarle a la felicidad, para no verla. Y ella qué hará, cómo se las va a arreglar, ahora que de verdad queda sola, sin visitas furtivas ni dinero, sin las cartas repletas de palabras apresuradas que dejaba cuando podía donde convinimos mientras me miraba rota tras haber perdido la batalla: reconoció en mis ojos esa obstinación sorda que me impide oír nada que esté más allá de mi propia determinación, sin resquicios por donde recuperarme de nuevo, todo su cuerpo se rindió, cayó desmadejado en la silla, apagó su voz y aceptó la derrota. Partí esa misma noche, dejándola al cuidado de ese hijo aún tan tierno que lucha por su derecho a la vida, absorbiendo la de ella, ajeno a la realidad que pasa rozándole la cuna y de la que no me debería haber alejado. Quién me mandaría meterme donde nadie me llamaba. Ayer, hace una eternidad, no veía otra posibilidad; había que hacer algo más que observar en silencio las oportunidades de sobrevivir. Ella se enfadaba tanto, eran imposibles las palabras, pensaba que sólo veía lo que tenía ante ella, un reducido mundo doméstico, un conformismo mezquino, un egoísmo estrecho. Todo eran gritos al final. No la entendí, no supe ver mas que cobardía en esa actitud suya que ahora le reconozco tan extrañamente valiente, su lucha es igual de enérgica que la mía, quizás más efectiva por lo prudente, por intuir que más allá de uno mismo, no hay nada.
Me fui a defender lo que ella ahora guarda. El monte, los compañeros, las emboscadas. Qué bien me sentía creyendo arreglar el mundo, no me arrepentí nunca. Y si me soy sincero, no lo hago ahora; sólo lamento que no pudiera cambiarlo, ni siquiera moverlo.

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