domingo, 26 de junio de 2011

Contraorden

De chica recuerdo que no me iban bien las cosas, como supongo que no le va bien a ningún niño, en esa edad, en la que aún has de obedecer lo que tan claramente ves que ya no va contigo: esos años en los que empiezas a cuestionarte el mundo, a verlo desde tus ojos, lejos de aquellos por los que mirabas. La necesidad de afianzarte, de ratificarte en tus convicciones, te da la fuerza de una rebeldía, que no hacía mucho, ni vislumbrabas.
Pero aún eres pequeño, no se puede acelerar el proceso y toca obedecer, atar corto lo que harías, y hacer lo que ya no ves claro. Esperas.
Junto a esos conflictos, va pareja una sensación de melancolía, casi dramática, que se topa con brotes de furia, lloros y rabia. Es una etapa extraña, eso de hacer la crisálida de donde resurgirás ya tú misma.
El asunto es, que en una de esas noches, atisbe algo en el cielo: "un OVNI", y quizá lo fuese, aún no sé qué vi, y al dormir, supe con fuerza, las ganas que tenía de que se me llevasen, de que me alejaran de una rutina que odiaba y me situaran en otra desconocida, quizá para odiarla más tarde, o no; la incertidumbre del cambio.
Así que cerré fuerte ojos y manos, y con mi mente, que ya sabrían ellos de telepatía, les llamé, les pedí que vinieran a por mí. Al rato, creía que, verdaderamente, ahí estaban; que sí me apartarían de ese tiempo.
Me asusté, tanto, que casi paralizada, recorrí a la inversa mis pensamientos; no quiero, no quiero, no quiero... los alejé. Se fueron, ya no los sentí cerca: me dejaron donde estaba.
Y a día de hoy no sé todavía, si haberme quedado, fue un logro o un fracaso, si debo arrepentirme o alegrarme de mi contraorden.

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