martes, 21 de junio de 2011

Magia

Estás tenso, esperanzado a la vez que ansioso, no haces más que revisar el año entero, escudriñando, evaluando. Cualquier sonido te hace dar un salto; cada crujido, ruido, movimiento. El día se hace largo, la noche no llega nunca. Estás distraído, monotemático, ni a respirar más de la cuenta te atreves. El día transcurre lento, pesado. No paras de preguntar la hora, no ves nada de lo que te rodea aunque no paras de mirarlo todo.
No hay noche más larga y terrible, donde las esperanzas, ilusiones, sueños y expectación será difícil de experimentar de nuevo en la vida.
Quizá la recuperes más tarde, ya un tanto deslucida, en blanco y negro, cuando la veas repetida en los nervios de los hijos, sobrinos, niños chicos que han escrito con su letra ininteligible, dicho con esa lengua de trapo, todo lo que esperan que les traigan los Reyes Magos, lo que pagará su buen comportamiento del año. Los miras con ternura mientras ellos, con esos ojos de plato, te escuchan cada comentario que les haces sobre esos Reyes que todo lo pueden, a la vez que colocan el agua y las nueces, los zapatos brillantes para que al despertar, estén llenos de dulces.
Los miras y te recuerdas, tan emocionado en esa noche mágica, única, la que a pesar de la decepción al saber que jamás vinieron al salón de tu casa, ni los camellos bebieron el agua, nunca, ya nunca, olvidarás la ilusión de esa ingenua credulidad que todo lo podía.

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