jueves, 16 de junio de 2011

Nadie conoce a nadie

Lo más triste de las relaciones humanas es el desconocimiento absoluto y real de los que nos rodean: ni conocemos ni nos conocen.
Tratamos a los demás desde un tono superficial, incluso cuando se piensa que es más profundo, nunca es lo suficientemente hondo, no se llega a ese fondo donde ni nosotros mismos nos miramos: Los intereses que nos mueven, y solemos callarnos, o ni siquiera sabemos que están para no perjudicar nuestra propia imagen, la que hace que tapemos, movamos, justifiquemos, fanfarroneemos...
Conocer a alguien, de base, es aceptar incondicionalmente, que nunca llegaremos a conocerlo y desde ahí, intentar compaginar amistad, deseos ajenos con propios y saber que todos erramos; hablamos más de la cuenta, callamos más de lo deseado y vivimos como podemos las relaciones, casi siempre, cojas.
A veces, constatamos, casi siempre por casualidad, lo que se piensa de nosotros o al revés, y suele ser decepcionante; faltan ingredientes, sobran piezas o no se parece en nada el reflejo que se nos muestra.
Se ha de vivir con esa carencia y seguir adelante con amigos, parejas, familia y conocidos, porque a pesar de todo, son parte de nosotros y nosotros de ellos. Y no dejar de intentar mira más allá de lo que mostramos y nos muestran.

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