martes, 14 de junio de 2011

Relato.7 y última parte. HERMANOS

Se echó a reír de manera callada, con los ojos. Los policías en cambio lo hicieron francamente. Juan siguió tirando del hilo de los recuerdos del hermano. La compasión hacía tiempo que había dejado paso al interés real.
-¿Por qué se mudaron?
-¡Ah, sí! Eso fue cuando mi padre se asustó -enmudeció un ratito, a su estilo-. La verdad, tratar con muertos nos enseña a verlos como algo natural, pero Sandra era una niña, y como tal, tenía que haber aprendido a tenerles respeto, a distinguirlos de los vivos, ya saben.
El día en el que nos trasladamos fue al mes siguiente de que mi hermana le pidiese a mi padre permiso, para quedarse con él... “Ya nadie lo quiere. ¿no?. Para meterlo bajo tierra me lo quedo yo. ¿Puedo, papi?”… Mi padre quedó horrorizado cuando se giró para ver de lo que hablaba la niña. Sandra llevaba en brazos al bebé de los Pérez, que había fallecido de muerte súbita.
No dijo nada, le cogió el muertito de sus brazos y suavemente la persuadió para no quedarse con el bebé.
Al mes nos vinimos aquí.
Esta casa la decoró mi padre, como les dije antes, para darle a Sandra un ambiente de vida. Yo no me he atrevido a cambiarla, ni cuando ella creció y marchó -miró hacia abajo-, no soy bueno con la decoración.
Se quedó callado mucho rato. Tanto que los dos policías se fueron, sigilosos. Habiendo cumplido su misión, no cabía seguir en ese escenario.
Francisco, pensaba, no necesitaba ponerle palabras. Ya no había nadie, otra vez.
Miró a su alrededor. No había modificado nada por pereza. No sabía, realmente, lo que sentía por su hermana. Ni antes ni ahora. Cariño sí la tenía, pero no sabía si de hermano, de compañero, de amigo o del simple roce que da la convivencia de haber estado compartiendo el mismo espacio, el mismo ambiente durante veinte años.
Con Sandra había sentido su fracaso de intentar comunicarse a sí mismo en otro… nunca intentó buscar más compañía.
Miró lo que tenía en la mano -lo cogido de la mesa que los policías no pudieron ver-. Era una foto; su madre, a la que todos decían que se parecía él… pero en su fuero interno sabía que le faltaba lo que a Sandra le había sobrado; el valor para querer.
Tantas veces, en su trabajo, había sido testigo del desgarro de la separación, que ante tanto dolor siempre se preguntó si valía la pena. Si querer así, era necesario. Optó por no sufrir, vivir anestesiado; sin ansias, sin deseos ni frustraciones.
No, nunca entendió a su hermana.




No hay comentarios:

Publicar un comentario