miércoles, 1 de junio de 2011

Ultramarinos

Paseando por calles que no frecuento, y que por eso me gusta visitar muy de vez en cuando, para que la novedad siempre lo sea, me he detenido ante una de esas tiendas de ultramarinos. Qué nombre tan evocador, casi romántico, de otras tierras más allá de las nuestras, más allá del mar.
Esta era preciosa, de madera antigua, y ambiente de otro siglo, con sus productos enlatados y de envases de cristal que nos muestran productos poco comunes, olores no familiares, texturas imposibles. Cuando entré, involuntariamente, hice sonar una de esas campanitas que se ponen sobre la puerta, esta de cristal esmerilado, y ya dentro, un dependiente con mandil blanco impecable y el dueño, hombre orondo y de bigote engominado, se quedaron mirándome, entre obsequiosos y discretos, para que su presencia no me impidiera pasearme entre ostras, ruibarbos, carnes, embutidos, quesos y salazones.
No se escuchaba el ruido del exterior, era como si el tiempo también se hubiera quedado afuera, esperando, quizá, a que me llevara de ahí una de esas latas o alimentos envueltos en papel de cera que tenían su origen más allá de este instante, de este presente, de este lugar.

2 comentarios:

  1. La vida está llena de esos pequeños viajes al pasado. No sé lo que te trajiste en tu máquina del tiempo, pero aquí lo has dejado. Ahora todos tenemos nuestro pequeño puente de Einstein-Rosel.

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  2. Esos agujeros de gusano están por todas partes, solo hay que saber verlos.. y una vez vistos, atreverse a entrar.

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